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Heike Behrend

  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    El mono que quiere convertirse en ser humano soy yo, una etnóloga (berlinesa). «Mono» me llamaron los habitantes de las montañas Tugen en el noroeste de Kenia cuando llegué allí en 1978. «Mono», «bufona» o «payasa», «espía», «espíritu satánico» y «caníbal» fueron otros de los nombres que también se me dieron en posteriores investigaciones en África Oriental
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    El ser humano es también la suma de todos los animales en los que se ha transformado a lo largo de su historia.
    ELÍAS CANETTI EN CONVERSACIÓN CON
    THEODOR W. ADORNO1
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Claude Lévi-Strauss ha descrito a los etnólogos como los últimos aventureros más o menos heroicos.
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    La etnología por aquel entonces era una disciplina singular. Había configurado su objeto a partir de un resto despreciado, una mezcolanza de culturas que no pertenecen a las denominadas culturas avanzadas, sino que fueron definidas a través de la negación: no tenían escritura, no tenían Estado y no tenían historia. De hecho, la etnología experimentaba entonces un cierto menosprecio, que solo habría de cambiar tras 1968 con la redefinición de las ciencias sociales
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    De todos los animales apreciaban sobre todo el ganado vacuno. Llevaban a cabo —como los famosos nuer en Sudán— una «estética del ganado vacuno», con la que expresaban la belleza de sus toros y vacas en la danza y en poéticos cantos de alabanza. Si los habitantes masculinos de las montañas me hubiesen llamado «vaca», habría sido un gran cumplido, casi una declaración de amor. Por desgracia, los pokot, sus vecinos al norte, les robaban regularmente sus valiosas y apreciadas vacas y los llamaban despectivamente «gente de las cabras»
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    La libreta etnográfica, la mayoría de las veces un cuaderno escolar que había comprado en una de las pequeñas tiendas de Bartabwa y llevaba siempre conmigo, se convirtió en parte de mi persona. Siempre que yo aparecía, ella estaba allí.
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    La libretita estaba cargada de sentimientos, esperanzas y miedos. Tenía sueños violentos sobre su pérdida, era robada o se quemaba en el fuego abierto de mi choza. De hecho, en los relatos y anécdotas que a los etnólogos les gusta contar sobre su trabajo de campo, el tema de las notas de campo perdidas aparece una y otra vez.4 En las representaciones de etnólogos como máscaras, esculturas o en dibujos que los colonizados elaboraron durante la época de la colonización, la libreta etnográfica también constituye un accesorio imprescindible del investigador.
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    También en las montañas Tugen mi libreta formaba parte de la imagen más o menos exótica que los habitantes de Bartabwa se hacían de mí. «¿Dónde está tu libreta?» era la primera pregunta, repetida regularmente, que Aingwo y Kopcherutoi me hacían al comienzo de una conversación
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    En las conversaciones que tenían conmigo utilizaban la palabra kesir para la actividad de escribir. El significado de kesir es «poner un signo permanente»
  • Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    El traslado a la escritura creaba así una situación asimétrica, un intercambio desigual, en el que ellos se veían como potenciales perdedores
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