por la presencia de la brutalidad militar. Era la época en que la lucha no era radical. El día del entierro de Lhoucine, me sorprendí cerrando a menudo los ojos. El cielo, pese a ser gris, me hacía daño. La luz no me interesaba ya. Pensaba que mi victoria debía comenzar en el penal, de lo contrario me debilitaría como la mayoría de los compañeros y moriría sin haber combatido.