Juan Bas

Es jodido no saber que careces de talento y obstinarte en un oficio para el que no estás llamado; pero no sé si es todavía peor ser capaz de reconocerlo.

Con mi radical intolerancia al ruido de todo tipo sería como exponerse a un hachazo siendo hemofílico

El estruendo del diluvio no lograba superar el de la masa, jubilosa como una tribu de homínidos que se regocija ante un fenómeno de la naturaleza sin noción de que puede aniquilarla

El amor por la literatura y el cine me salva de caer en una oscuridad cotidiana absoluta y alivia mi rigurosa soledad

Dejo de leer cuando alcanzo un grado de espesura etílica que me dificulta la concentración; entonces, simplemente sigo bebiendo

El proceso de la ebriedad extrema es un viaje luminoso en su primer tramo, una inercia de un automatismo autista en el segundo y un destino ignoto en el tercero, el de más allá, el ajeno a la voluntad y el entendimiento.

hay una euforia en el alcohol, un crescendo jovial que, paso a paso, se va volviendo oscuro hasta que asoma su fondo de irascibilidad y deseo de hacer daño

Cumplir medio siglo me impresionó y fui consciente de que había cruzado, sin retorno posible, el río en el que al otro lado comienza la decadencia y el tortuoso sendero, siempre cuesta abajo —o cuesta arriba en un sentido de fatiga caminante—, hacia la vejez.

A los cincuenta y cinco, esa lúgubre impresión se consolidó y comprendí que la crisis ya no se supera nunca

Ahora sé que la de los cincuenta no era más que un mero ensayo o un prólogo de la auténtica crisis, la de los sesenta, en la que estoy sumido y se corresponde con una vida aún más alcoholizada que he convertido en un infierno cotidiano lleno de incertidumbres —salvo la certeza de la vecindad de la muerte— y visitado por entelequias de pesadilla cuya irrupción por la noche, en mi cama, es el peor efecto tras haber llegado más allá