Pero este planteamiento polémico y patologizador, que descalifica toda crítica a las instituciones, no hace más que confirmar a cada cual en su papel, agravando así una fractura cada vez más profunda: por un lado, quienes, tachados de complotistas, se reivindican como antisistema; por el otro, quienes, por recurrir a los cánones de su razón, son acusados de apoyar la ideología dominante.