Iria G. Parente

De pronto, comprendo lo que decían en el Sueño de Piedra: las cicatrices contienen grandes historias, y ahora nuestras almas cuentan la suya propia.

Mantente a salvo, pero sobre todo mantén a salvo tus ideales. Es lo único que nadie puede arrebatarnos.

Bueno, es algo más que mi mejor amiga. Es mi alma gemela. La persona a la que le confiaría mi vida. La mitad de mi alma está constantemente con ella, la mitad de mi mente, la mitad de todo mi ser. Por aburrida o monótona que sea mi historia, merece la pena simplemente por el hecho de que sé que ella y yo hemos llegado a este mundo porque teníamos que encontrarnos.

Hay silencios que se alargan hasta la eternidad. Que duelen por cada latido que desgastan. Por cada cosa que no se dice, pero se guarda. Por cada cosa que se entiende de ellos. Por cada miedo que despiertan.

—Eh, mira, príncipe de piedra. —Alzo una mano, enseñándole el botín—. Hemos encontrado a tu familia lejana.

—¿Habéis arreglado las cosas u os tengo que dejar un poco más de tiempo?

Arthmael y yo parpadeamos. Entrecerramos los ojos…

—Hazan —lo llamo con aparente calma—, odiaría pensar que nos has tenido aquí abajo más tiempo del necesario en una especie de encerrona… Tú jamás harías eso, ¿verdad, pequeño mío?

—Entonces, ¿las habéis arreglado?

Arthmael gruñe.

—Las hemos arreglado, renacuajo, pero lo que no se va arreglar tan fácilmente va a ser tu túnica cuando te la haga pedacitos con mi espada después de esto.

—Sin amenazas, o dormís ahí.

—Vas a sufrir el peor ataque de cosquillas de siglos, Hazan —le advierto.

—Habrá merecido la pena —dice la voz infantil, riendo.

—Todos tenemos miedo alguna vez —le digo en un susurro. Yo llevo teniéndolo toda mi vida—. Aceptarlo y enfrentarlo es lo que nos hace valientes. Y tú eres la persona más valiente que he conocido nunca, Arthmael de Silfos. Y por eso estoy enamorada de ti…

—La persona más valiente que conoces eres tú, Lynne… Siempre, desde que nos conocimos… —Otro beso, algo más largo—. Y te quiero… Te quiero por ello y por muchísimas cosas más…

Por un momento me acuerdo del toque de las ghuls y de la lección que aprendí de su veneno: el camino fácil no siempre es el adecuado

Los dioses, al fin y al cabo, son criaturas egoístas que solo saben de bondad cuando esta les dispensa honor y gloria.