Grover estaba allí, mirándolo todo. De algún modo aquello lo llenaba de una sensación de maravilla, magia y felicidad. Y no podía olvidar los sulfurosos cielos de tinta fresca, esponjados y con nubes preñadas de electricidad, ni el oscuro y premeditado relámpago, tan siniestro, que admiraba, paralizado y en suspenso, con aquella especie de éxtasis metida en sus entrañas