Ciertamente, la situación no era la más propicia para una declaración porque, aun de haber querido hacerlo, el señor Bhaer no podía arrodillarse por culpa del barro, y tampoco podía tenderle la mano a Jo —salvo en sentido figurado—, pues tenía ambas ocupadas. Además, estando en plena calle, no podía permitirse grandes muestras de afecto, aunque a punto estuvo de hacerlo. Así, la única forma en que podía expresar la felicidad que le embargaba era mirarla, y lo hacía con una expresión que embellecía hasta tal punto su rostro que parecía que de cada gota que brillaba en su barba surgiese un pequeño arco iris.