Esther Martínez Perales

Dormir en el desierto.
Una nueva Navidad vivida con su ilusión.
Los libros que comentamos juntas.
Los conciertos.
Sus dibujos dedicados.
Un verano en Lanzarote.
Pamplona con ella.
Su cuerpo.
Sus curvas.
Su piel suave.
Su espalda y su nuca.
Sus muslos y su sexo.
Pienso en todo lo que no volverá a suceder, en todo lo que no volveré a tener y por fin me permito llorar. Discreta y mansa. En silencio. Un silencio viejo y conocido por mí.

Cariño… sí, eres una dramática, pero esto no es un drama, esto es la vida. Una pareja que se rompe, unos padres que se hacen mayores, el miedo a decepcionar.

El placer, esa constante en Nerea: el placer de la risa, de la intimidad, de las charlas interminables, de la comida, del sexo. Muchas veces me he preguntado cómo he acabado con una persona tan distinta a mí. Muchas veces he agradecido a la vida tenerla a mi lado.

y escuché su carcajada por primera vez, y por tercera me enamoré de ella aquella noche

Y volvió a reír a carcajadas. Y quise quedarme a vivir en su risa.

Me contó que habían tenido lo suyo, que si la adolescencia, que si lo de la ilustración le parecía una afición, que de qué iba a vivir ella si solo dibujaba, que si los amigos, que si cuando salió del armario le costó un par de meses digerirlo… un par de meses. Pero yo las veo abrazarse cuando se encuentran y las veo charlar sin más de cualquier cosa,

stremecernos, pero no nos importó