Esa fue la primera vez que sentí el cosquilleo.
Pero entonces no sabía que esa sensación hormigueante en la punta de los dedos significaba que deseaba dibujarla, guardarla para mí entre líneas y trazos, quedármela para siempre en los dedos llenos de pintura. No fui capaz de plasmarla real, viva, entera, hasta mucho tiempo después.