Esther Seligson

, “somos la idea que nos hacemos de nosotros mismos, por eso no vemos a las cosas como ellas son, pero sabemos que detrás de toda realidad hay otra más tangible aún, y otra más, y así sucesivamente”, dices,

El tiempo es meramente una larga germinación. Desciendo hacia lo divino, y paso a paso el corazón va encontrando su silencio, su luz, la certeza de hundirse, hundirse sin querer rescate alguno, nunca, nunca más, hasta la fusión en el alma de los mundos...

Confieso no haber nacido
para la maternidad
ni para matrimonio
y confieso haber violentado
premeditada alevosa
ambas prisiones

habíamos creado un puente que ambos sabríamos atravesar de orilla a orilla sobre el río de la ausencia

Y no es que no sepamos sino alejarnos de lo que amamos

La inalterable presencia de Penélope ocupaba en mí un espacio que se colmaba sin necesidad de verificarse

Soy lo que oscuramente hubiese querido ser, porque lo que somos viene, inseparable, pegado, cosido a nuestros actos.

o la custodia del hijo, tozudo, hermético, testigo implacable de mi soledad, esa que aún llevo pegada a la piel, tersa, suave, con salpicaduras de sol y rasgaduras de mar.

En esos días tu imagen se me desgajaba en la cabeza como cerro acechado por la lenta tenacidad de las aguas, y enormes pedruscos resbalaban hacia el centro del pecho sofocando tu recuerdo. En esos días no había lágrimas. Solo estupor.

Pero olvidar toma tiempo, toma tiempo desvanecer alforzas y grietas en un cuerpo donde la presencia es una enorme y lúcida cicatriz abierta, irrevocable… Hablamos con palabras heridas, Ulises