Cuando se sabe de más, digo yo, se toman decisiones que los otros no comprenden. Y se es capaz de sacrificar lo más precioso, como las mejores piezas del tesoro azteca —el magnífico penacho, el Sol de oro y la Luna de plata—, que vi salir de mi casa para ser regaladas a unos misteriosos extranjeros, como una lagartija que sacrifica su cola para seguir viviendo.