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Cristina Carrasco Bengoa

  • Fabiola Bautistacompartió una citahace 2 años
    Al tiempo, la nueva ideología de la domesticidad situó a las mujeres como responsables “naturales” del cuidado, abriendo un proceso de re-significación de la maternidad en conflicto con las actividades productivas, un conflicto desconocido hasta entonces (Knibiehler, 1977).
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    Desde mediados del siglo XVIII, prácticas comúnmente aceptadas con anterioridad, como el recurso a las nodrizas y al servicio doméstico para el cuidado y la educación de los hijos, comenzaron a ser cuestionadas por filósofos, médicos y estadistas (Knibiehler y Fouquet, 1977; Donzelot, 1977).
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    Desde mediados del siglo XVIII, el discurso médico jugó un papel central atribuyendo la alta mortalidad infantil a las “malas prácticas tradicionales de la lactancia mercenaria” y a la “ignorancia” de las mujeres (Knibiehler y Fouquet, 1977; Donzelot, 1977).
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    Las madres comenzaron a ser vistas como responsables de una población abundante y sana —la riqueza de los pueblos y la garantía de una nación poderosa—, y de su educación en los valores de la iglesia y el Estado, llegando a ser definidas incluso como “amas de cría al servicio del Estado” (Donzelot, 1977).
  • Fabiola Bautistacompartió una citahace 2 años
    En muchos oficios tradicionales femeninos era frecuente ver a las madres trabajar acarreando a hijos e hijas, y a estos ayudarlas desde muy pronta edad.
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    Era el caso de las campesinas, vendedoras en los mercados, lavanderas o el sinfín de mujeres que trabajaban en talleres do­­mésticos o a domicilio (Duby y Perrot, 2000).
  • Fabiola Bautistacompartió una citahace 2 años
    La importancia del trabajo femenino durante el proceso de industrialización, especialmente en las fábricas textiles, llevó a los empresarios a finales del siglo XIX a facilitar el cuidado de los hijos e hijas por las obreras madres. Desde la habilitación de salas de lactancia a donde eran llevados a horas fijas los niños y niñas recién nacidos para que las madres los amamantaran, a la creación de las primeras guarderías infantiles en las fábricas donde las madres podían depositarlos(as) durante el horario laboral (Tilly y Scott, 1978). Sabemos incluso de casos en los que los em­­presarios para retener a la mano de obra femenina permitían a las mujeres llevar consigo a las criaturas al interior de la fábrica, donde algunas trabajadoras ancianas ya retiradas hacían de cui­dadoras y vigilantas (Gálvez, 2000). La prolongación de la jornada fabril a lo largo del siglo XIX, especialmente la de las mujeres obreras, llegó a extremos que imposibilitaba a las mujeres asumir el trabajo doméstico y los trabajos de cuidados sin una red de apoyos familiares o vecinales suficientes. Hasta tal punto que algunas de las movilizaciones de las mujeres por el acortamiento de la jornada laboral a finales del siglo XIX fueron apoyadas masi­vamente por las asociaciones obreras masculinas porque, según re­­conocían públicamente, la duración de la jornada laboral femenina había llegado a ser incompatible con las tareas de la casa que desde el movimiento obrero se consideraban
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    Aunque hubo algunas voces discrepantes, la mayor parte de las asociaciones obreras vieron en la expulsión de las mujeres casadas del mercado de trabajo la solución a la doble jornada y comenzaron a considerar como un signo de estatus el disponer de una esposa dedicada exclusivamente a los cuidados del hogar y de la familia.
  • Fabiola Bautistacompartió una citahace 2 años
    Desde finales del siglo XVIII, el pensamiento económico, al asociar progresivamente el trabajo al mercado y al salario, contribuyó de manera muy decisiva a la desvalorización económica del trabajo doméstico.
  • Fabiola Bautistacompartió una citahace 2 años
    En los primeros recuentos censales de casi todos los países, las mujeres que realizaban trabajos domésticos para sus familias eran clasificadas como “trabajadoras domésticas”; fue a lo largo de las primeras décadas del siglo XX cuando entraron a formar parte de los grupos considerados “inactivos” o “improductivos”, contribuyendo a su opacidad (Borderías, 2003).
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