Pero en las vidas soñadas de aventuras y princesas nunca aparecen el frío que te congela la nariz, ni el hambre que te muerde las tripas, ni el sueño, ni el cansancio, ni la suciedad, ni el dolor de muelas, y, como Bruno comprobaría a lo largo de su vida, la idílica vida de aventurero tampoco incluía el calor, ni las moscas, ni la piel abrasada por el sol, ni la sed, ni los mosquitos devorándote vivo, ni los ladrones y bandidos en la primera esquina del camino. Y aun así, a pesar de todo eso, la vida de bohemio lo compensaba todo, porque significaba tanto como estar vivo, y además, ser dueño de tu destino