Marshall Berman

La visión de la vida de un escritor es menos tangible que su política, su economía, su religión o su ideología; pero es más profunda, y hace que su trabajo se mantenga después de que sus causas se hayan ganado, perdido o apagado.

Pero hay mucha gente habitualmente sofisticada que se vuelve obtusa cuando llega a Marx: observan ácidamente que los trabajadores a menudo son desagradables y brutales o que el capitalismo no ha colapsado, o que en los lugares donde ha ocurrido no se ha terminado el Estado; anotan estas cosas, con bastante impaciencia, y después cierran el libro de golpe y lo dejan sin volver a él. Olvidan o reprimen algo que normalmente saben: es posible que un escritor esté equivocado sobre una serie de cosas: y, aun así, contar la verdad sobre la vida.

Marx no añade mucho cuando señala que en la visión del capitalismo industrial, «el autómata mismo es el sujeto, y los trabajadores son solo órganos conscientes, [todo] subordinado a la fuerza de control central», al capital; y que, en aquellas espaciosas salas, «la máquina central no solo [es] un autómata sino un autócrata».

un enorme autómata, compuesto de varios órganos mecánicos e intelectuales, subordinados a una fuerza motriz autorregulada, actuando en el ininterrumpido concierto con el que se produce un objeto común […]. En estas salas espaciosas el benigno poder del vapor convoca en torno a sí a sus miríadas de servidores complacientes.

Una vez más, Marx es brillante al analizar el bando conservador: «Los señores Sanderson producen algo más que acero. Su fabricación de acero no es más que un pretexto para crear­ plusvalía. Los hornos de acero, las laminadoras, los edificios, la maquinaria, el hierro, el carbón, etc., hacen algo más que transformarse en acero. Están ahí para absorber trabajo excedente, y naturalmente absorben más en veinticuatro horas que en doce». Para ellos, «el trabajador, mientras dure su vida, no es más que fuerza de trabajo […] que se ha de dedicar a la autoexpansión del capital»

Marx a menudo idealiza a la clase trabajadora, pero deja claro que no posee el monopolio de la dignidad o la virtud.

De hecho, aunque está orgulloso de firmar con su nombre El capital, lo presenta como una empresa colectiva y en colaboracion, que ha surgido del trabajo de cientos de personas, como corresponde a la producción en la era industrial.

Josiah Wedgewood, por ejemplo, habla a favor de una legislación industrial: por supuesto, cuenta que hace trabajar en exceso y paga poco a su obreros; y que si tuviera que pagarles los salarios que merecerían, o si trabajasen en condiciones dignas de seres humanos, caería en bancarrota en una semana, pues sus competidores tendrían precios más bajos a costa de tratar a los trabajadores como animales. Marx acepta la simpatía y las buenas intenciones de Wedgewood en sentido literal; pero lo usa para demostrar que en la sociedad burguesa la simpatía y los buenos deseos se deben a los valores del mercado.

Lo que pretende Marx al presentar este coro inmenso y extraño es demostrar que el capitalismo es como un maelstrom que absorbe al mundo entero en su expansión, el pasado y el presente, la realidad y la mitología, el Este y el Oeste: todo y todos quedan atrapados y enredados en el mercado mundial, nada ni nadie tiene el poder de ocultarse.

Hemos visto cómo esta contradicción absoluta [entre la industria moderna y su forma capitalista] suprime todo descanso, toda estabilidad y seguridad en cuanto concierne a la vida del trabajador; cómo constantemente lo amenaza, quitándole los instrumentos de trabajo, arrebatándole de las manos su medio de subsistencia y suprimiendo su función especializada, para hacerlo más superfluo.