MENSAJES
LOS domingos nublados de verano,
por las mañanas, brillan con un presentimiento
de la luz, una cálida sospecha de la luz,
que espera al otro lado de las nubes.
Y de pronto cualquier alteración del cielo
se convierte en un signo: algo que no es,
no existe por sí mismo, sino por lo que anuncia.
No adquiere su valor por lo que muestra
sino por lo que deja de mostrar,
pues lo que oculta es lo que promete.
Y ese baile de velos, ese juego de sombras
a veces se resuelve en una algarabía
de niños que se arrojan a la playa
con presteza y ardor de saqueadores;
se prolonga otras veces
en una larga tarde de películas;
pero siempre nos deja
ese inquietante hábito de estar
atentos a los signos,
de ser lectores hasta