«No tendrás relaciones con tu hermana, hija de tu padre o de tu madre, nacida en casa o fuera de ella» (Lv 18,9) y «No tendrás relaciones con tu hermana, hija de tu padre aunque de otra madre. Respeta a tu hermana: no tendrás relaciones con ella» (Lv 18,11)—, aunque esa grave transgresión, penada con la muerte,[54] a lo que se ve, a Dios no le importaba en absoluto.
Pero la indecente conducta de este santo varón acabó siendo superada, más allá de toda mesura, por Dios, que no sólo permitió los delitos de Abraham, sino que «afligió con grandes plagas a Faraón y su gente a causa de Saray», y cualquier lector conoce ya cómo se ensañaba Dios a la hora de castigar con plagas a los egipcios (véase Éxodo 7 a 11).