Quién en su sano juicio saldría de su casa a los dieciocho años para vivir por su cuenta? ¡Oh, por supuesto que yo! Pero llevaba meses así, con la diferencia de que vivía con mi hermana —a quien, por cierto, no pienso nombrar en mi historia porque poco le importó dejar a su preciosa hermana viviendo sola y, por lo tanto, a mí tampoco me importa—. ¡Oh, encontré mi zapatilla