Irasema Fernández

hay algunos elementos en la naturaleza que no se pueden dejar de observar, como el mar y sus ondas, como el fuego en lo oscuro, como Maluma Baby

El reguetón es lírica pero también épica

Están enamorados de mí, de mí,
están asustados desde que salí.
Tranquilo, papi, seguiré allí,
si con 23 el culo les partí,
no los dejaré dormir.

Ante la mirada estupefacta de los conservadores, agita los cuerpos pícaros de los niños y las tres libras de cadera de las abuelas. Se canta en protestas y marchas para derrocar presidentes, pero también es el soundtrack de cualquier viaje a la playa.

Los intelectuales —algunos— lo han aceptado; las feministas se contonean con su beat libertario.

Para unos, el reguetón ha dejado de ser un gusto culposo para erigirse como sinónimo de lo cool; para otros, sigue siendo una despreciable vulgaridad.

¿Por qué se le sigue acusando de misógino y cosificador como si no existiera el neoperreo, ese reguetón hecho por mujeres para otras mujeres fuera del perreo convencional dominado por hombres?

Es una invitación a perrear juntos y en la fiebre del baile preguntarnos, medio en broma, medio en serio, si el reguetón le ha arrebatado al punk su picosa efervescencia; o a la cumbia, la música norteña y el pop, su omnipresencia.

La idea de que el vulgo inculto habla mal ha sido difundida y alentada desde

el poder político y educativo para facilitar que los hablantes de variedades

lingüísticas no estándares las abandonen y se sumen a los modelos de habla

considerados cultos.

Ahora advierten que la forma correcta es haya y que no debemos de usar el cada vez más popular haiga. Lo que antes era considerado culto puede después considerarse vulgar.