Juan Marsé

nunca logró desconectar su imaginación sensorial y su belicoso olfato de estas calles enrevesadas y de su vecindario melindroso, versado en la ocultación y la maulería

Desde hacía seis meses dormía poco y malamente, revolcándose en un pedregal y chafándose los brazos roídos por una carcoma, pesados como leños. Anoche llegaron a torturarle tanto, que en sueños deseó cortárselos con un hacha; esta mañana al afeitarse aún no le obedecían del todo, como si fuesen los brazos de otro. Sin embargo, por muy jodido que estuviera, con resaca, la tensión alta y la moral en los talones, frente a este cardo borriquero vestida de exvoto se sentía fresco como una rosa.

Por segunda vez en menos de una hora sintió el dedo helado hurgando en su ingle y, casi en el acto, el testículo engullido velozmente por algún intestino, subiendo tripas arriba hasta alcanzar una altura que parecía superior a la de otras veces.