La generación a la que yo pertenezco, posterior a la Segunda Guerra Mundial, creció en una época en que a la mujer se la trataba como una niña y una propiedad. Se la mantenía como un huerto en barbecho... pero, por suerte, el viento siempre llevaba consigo algunas semillas silvestres. A pesar de que no se aprobaba lo que escribían, las mujeres seguían trabajando con ahínco. A pesar de que no se reconocía el menor mérito a lo que pintaban, sus obras alimentaban el espíritu.