Soy la prueba de que un aborto puede provocar indiferencia o un estallido
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Soy la prueba de que puede ocupar veinte años o solamente las semanas necesarias para llevarlo a cabo
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Mi preocupación no era el derecho al aborto, sino el derecho a la palabra de las mujeres que lo habían experimentado
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la figura sacralizada de la mujer que ha abortado, sometida al silencio y a la maldición de la pena
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La reacción fue casi unánime, a excepción de los más íntimos: «No me atrevo a abordar el tema, debió de ser duro, me extrañaría que quisiese hablar del asunto». La amiga quedaba amordazada sin que le preguntasen siquiera
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Una interrupción también, o eso espero, aunque sea furtiva, del silencio, la vergüenza y la ira
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Nadie me pregunta cómo me siento, qué pienso yo, ni qué quiero hacer. Nadie pronuncia las palabras. Ni siquiera yo
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El silencio, la culpabilidad: durante mucho tiempo me echaré en cara haberme dejado atrapar, no haber conseguido enfrentarme a ellos, haberme sometido, como si fuese ineluctable, a ese sistema de «pudor» que me indignaba pero me apabullaba
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Con el paso del tiempo, y cada vez con menos esfuerzo, conseguiré hablar de ese momento y compartirlo con otras mujeres
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Era evidente que iba a abortar. No me planteé quedármelo en ningún momento, ni siquiera era una opción
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