Bajo el nazismo hubo centenas, miles de Rudolf Lang, morales dentro de la inmoralidad, escrupulosos sin conciencia, pequeños funcionarios cuya seriedad y «méritos» los llevaron a los más altos cargos. Todo lo que hizo Rudolf no fue por maldad, sino en nombre del imperativo categórico, por fidelidad al líder, por sumisión al orden, por respeto hacia el Estado. En resumen, como hombre de deber: y precisamente por eso es monstruoso.