–Significó algo para mí… el beso. Eso es lo que debería haber dicho. No lo hice porque fui un tonto asustado. Pero fue importante para mí. Todavía lo es.
Él mira hacia adelante a la oscuridad por un largo rato, y yo apenas puedo respirar mientras espero su respuesta. Pero al final, no dice nada. Solo se acerca y coloca una mano sobre mi rodilla. Una explosión recorre mi ser, como dientes atravesando la piel de una fruta veraniega en todo su esplendor.
Resulta que las rodillas pueden ser bastante increíbles.
Coloco mi mano sobre la suya, y entrelazo mis dedos con los de él. Su corazón late tan rápido que puedo sentirlo en cada punto de contacto entre nuestras pieles. O quizás es mi corazón. Estamos desbocados, los dos. Percy observa nuestras manos unidas y una respiración profunda le hace temblar los hombros.
–No seré la boca más conveniente cerca de ti cuando estés ebrio y solo o cuando extrañes los ojos azules de Sinjon –dice Percy–. Eso no es lo que quiero.
–No quiero a Sinjon. No quiero a nadie más.
–¿Lo dices en serio?
–Así es –respondo–. Lo juro –toco su nariz con la mía, un roce suave como una pluma, y su respiración empuja mi boca cuando exhala–. ¿Qué es lo que quieres?
Percy muerde su labio inferior y sus ojos se posan en mi boca. El espacio entre nosotros –el poco que queda– se carga de electricidad y se torna inquieto, como un rayo a punto de caer. No estoy seguro de cuál de los dos lo hará, quién eliminará esos últimos centímetros eternos entre nosotros. Toco su nariz de nuevo con la mía y sus labios se separan.
Aguantamos la respiración.
Cierro los ojos.