A mí me parecía muy natural sentarme tranquilamente en el inodoro y continuar la conversación donde la había dejado, las pocas veces que conversaba. Las viejas rezongaban con furia, hablaban de indignidad y de verse reducidas a un estado animal. Si todo lo que nos separa de los animales es poder esconderse para defecar, la condición humana no parece ser gran cosa, pensaba.