Michel Nieva

  • Florencia Palazueloscompartió una citael año pasado
    La Pampa pasó de ser un árido y moribundo desierto en el confín de la Tierra, resecado por siglos de monocultivo de girasol y de soja, a la única vía, junto al Canal de Panamá, de navegación interocéanica de todo el continente.
  • Mar Ventcompartió una citael año pasado
    Ahora solo quedaba huir hacia las playas de Santa Rosa en busca de venganza, a asesinar y contagiar a la gente rica y a los turistas extranjeros que tantas penurias habían causado a su madre y, por transitividad, a ella misma.
  • saavedraproxyergcompartió una citahace 2 años
    –¿Pero a qué edad muere un planeta como la Tierra? ¿Cuándo termina su vida útil? ¿Cuál es su fecha de caducidad? ¿Cuál el momento definitivo para tomarse el buque, abandonarlo devastado y buscar nuevos rumbos? –se preguntó casi retóricamente el Dulce, aunque el sistema cuántico de autonavegación de la nave, justamente preparado para contestar este tipo de incógnitas, respondió:
  • saavedraproxyergcompartió una citahace 2 años
    planetas que eran infancia pura, futuro puro, porvenir geológico indefinido para el intrépido emprendimiento capitalista, a diferencia del nuestro, reseco como una pasa en su agonía definitiva.
  • Itzel Roblescompartió una citahace 21 días
    mareó. ¿O sea que todo lo que había hecho era para que el sorete de su viejo se llenara de guita
  • Anacarsis Ramoscompartió una citahace 3 meses
    Volver, en suma, a los ecosistemas mercancías, productos reproducibles a gran escala y bajo costo, como celulares o lavarropas, era la gran misión de AIS.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 2 años
    Muchas otras teorías, que ahora no vienen al caso, se comentaban sobre el pobre niño. Lo cierto es que cuando sus compañeritos, ya aburridos, reparaban en que el niño dengue se había quedado solo en el aula, simulando que hacía la tarea, lo iban a molestar:

    –Che, niño dengue, ¿es cierto que a tu mamá la violó un mosquito?

    –Eu, bicho, ¿qué se siente ser hijo de la chele podrida de un insecto?

    –Che, mosco inmundo, ¿es cierto que la concha de tu vieja es una zanja rancia de gusanos y cucarachas y otros bichos y que de ahí saliste vos?

    Inmediatamente, las antenitas del niño dengue empezaban a temblar de rabia y de indignación, y los pequeños hostigadores se escapaban entre risotadas, dejando de vuelta al niño dengue solo, sorbiendo su dolor.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 2 años
    La madre del niño dengue aún era muy joven y hermosa, y como carecía de tiempo para salir a conocer gente, cuando creía que su hijo se había ido a dormir, tenía citas virtuales, encerrada en su pieza. El niño dengue, desde su propio catre, la escuchaba conversar entusiasmada y, a veces, reír.

    ¡Reír!

    Una manifestación de alegría tan hermosa, que jamás profería estando con él. Entonces, curioso (acometiendo un enorme esfuerzo para dominar el ruido de sus zumbidos), el niño dengue sobrevolaba con sigilo desde la cocina hasta la puerta de la madre, y metía alguno de los omatidios de su ojo compuesto por la cerradura. La madre, como sospechaba, se veía feliz, luciendo un hermoso vestido de flores, riendo y contando chistes, transformándose en una mujer desconocida para el niño dengue, casi una nueva persona, ya que en la cotidianeidad que compartían siempre estaba preocupada, cansada o triste.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 2 años
    ¡Horror siniestro de las más amargas verdades!

    ¡Él, un monstruo, que había arruinado la vida de su madre para siempre!

    Era en esa hora de desvelo y de luz vaga cuando el niño dengue volvía a la pieza y, al mirarse al espejo, se encogía de espanto.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 2 años
    Donde la madre hubiera querido orejitas, el niño dengue tenía unas gruesas antenas peludas.

    Donde la madre hubiera querido la naricita, el niño dengue tenía el largo pico renegrido como un palo duro y quemado.

    Donde la madre hubiera querido la boquita, el niño dengue tenía la carne deforme y florecida de los palpos maxilares.

    Donde la madre hubiera querido ojitos del color de su madre, el niño dengue tenía dos bolas marrones y grotescas, compuestas por cientos de omatidios de movimientos independientes y dispares, que tanta abominación y asco causaban.

    Donde la madre hubiera querido piecitos gordos con deditos enternecedores de bebé, el niño dengue tenía patas bicolores y penosamente delgadas, finas como cuatro agujas.

    Donde la madre hubiera querido la pancita, el niño dengue tenía un abdomen áspero, duro y traslúcido, en el que se vislumbraba un manojo de tripas verdosas y malolientes.

    Donde la madre hubiera querido bracitos, brotaban las alas, y sus nervaduras, como várices de viejo podrido, y donde la madre hubiera querido sus risitas y encantadores gimoteos, solo había un zumbido constante y enloquecedor, que quemaba los nervios hasta del ser más tranquilo.

    Su reflejo, en suma, le confirmaba lo que siempre supo: que su cuerpo era una inmundicia.
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