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Cornelia Funke

  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    Llega un momento en el que un personaje hace o dice algo sobre lo que no habías meditado. En ese momento está vivo y te deja el resto a ti.

    Graham Greene, Advice to Writers
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    Quién sabe. A lo mejor ninguno de nosotros pertenecemos exclusivamente a una historia
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    —Leéis demasiado —le decía siempre Balbulus, pero ¿qué podía hacer? Sin palabras se moriría, se moriría más deprisa aún que su madre
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    —Leéis demasiado —le decía siempre Balbulus, pero ¿qué podía hacer? Sin palabras se moriría, se moriría más deprisa aún que su madre
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    Los personajes tienen su propia vida y su propia lógica, y hay que actuar de acuerdo con ello.

    Isaac Bashevis Singer, Advice to Writers
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    —Muéstrame a Resa. Igual que has hecho salir del fuego a la madre de Violante y a sus hermanas.

    Dedo Polvoriento vaciló.

    —Vamos —insistió Lengua de Brujo—. Ya sé que su rostro es casi tan familiar para ti como para mí.

    Se lo he contado todo a Mo, le había susurrado Resa en las mazmorras del Castillo de la Noche. Al parecer no había mentido. Claro que no, Dedo Polvoriento. Ella entiende de mentiras tan poco como el hombre que ama.

    Dibujó una figura en la noche y dejó que las llamas acabasen de perfilarla.

    Dedo Polvoriento alargó la mano sin darse cuenta, pero sus dedos retrocedieron de golpe cuando el fuego los mordió.

    —¿Y qué hay de Meggie? —con qué claridad se dibujaba el amor en su rostro. No, por mucho que insistieran los demás, él no había cambiado. Era como un libro abierto, con un corazón apasionado y capaz de traer lo que quisiera con su voz… igual que hacía Dedo Polvoriento con el fuego.

    Las llamas dibujaron a Meggie en la noche llenándola de vida cálida, tan real que su padre se volvió bruscamente, pues sus manos cogieron de nuevo el fuego.

    —Y ahora, tú —Dedo Polvoriento dejó a las figuras de fuego detrás de las almenas.

    —¿Yo?

    —Sí. Háblame de Roxana. Haz honor a tu nombre, Lengua de Brujo.

    Arrendajo, sonriendo, apoyó la espalda contra las almenas.

    —¿Roxana? Es muy fácil —musitó—. Fenoglio ha escrito pasajes maravillosos sobre ella.

    Cuando comenzó a hablar, su voz atrapó a Dedo Polvoriento como una mano en el corazón. Él sentía las palabras en la piel, como si fueran las manos de Roxana. Nunca antes había visto Dedo Polvoriento mujer más hermosa. Su pelo era negro como la noche que él amaba. Sus ojos atesoraban la oscuridad bajo los árboles, el plumaje de los cuervos, el aliento del fuego. Su piel le recordó la luz de la luna en las alas de las hadas…

    Dedo Polvoriento cerró los ojos y oyó respirar a Roxana a su lado. Quería que Lengua de Brujo continuara hablando hasta que las palabras se convirtieran en carne y sangre, pero las palabras de Fenoglio pronto se gastaron y Roxana desapareció.

    —¿Qué me dices de Brianna? —Lengua de Brujo pronunció su nombre y Dedo Polvoriento creyó ver a su hija en la noche, la cara vuelta, como solía hacer cuando estaba cerca de él—. Tu hija está aquí, pero casi no te atreves a mirarla. ¿Quieres que también te muestre a Brianna?

    —Sí —respondió Dedo Polvoriento con voz queda—. Sí, por favor.
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    Durante un instante Dedo Polvoriento creyó que nunca se había alejado de allí, que una pesadilla le había dejado un sabor insípido en la lengua y una sombra en el corazón, nada más… De repente, recuperó todo: los sonidos, tan familiares y nunca olvidados, los olores, los troncos de los árboles moteados por la luz de la mañana, las sombras de las hojas sobre su rostro. Algunas estaban teñidas de muchos colores, igual que en el otro mundo. También en éste se aproximaba el otoño, pero el aire aún era templado. Olía a bayas maduras, a miles de flores marchitándose cuyo aroma embriagaba los sentidos, a flores pálidas como la cera brillando a la sombra de los árboles, estrellas azules pendiendo de tallos sutiles, tan delicadas que refrenó el paso para no pisarlas. Encinas, plátanos, tuliperos a su alrededor… ¡cómo se proyectaban hacia el cielo! Casi se había olvidado del tamaño que podía alcanzar un árbol, de la corpulencia y altura de su tronco, de su copa tan vasta que debajo podía cobijar a una tropa de jinetes. En el otro mundo los bosques eran jóvenes. Siempre le habían dado la sensación de ser viejo, tan viejo que los años lo cubrían como una capa de hollín. Aquí volvía a ser joven, apenas de la edad de las setas que crecían entre las raíces, y de la altura de cardos y ortigas
  • Ambar Encaladacompartió una citael año pasado
    —Las historias nunca acaban, Meggie —le había advertido—, aunque a los libros les guste hacérnoslo creer. Las historias siempre continúan, comienzan con la primera página, pero no terminan en la última
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    —Las historias nunca acaban, Meggie —le había advertido—, aunque a los libros les guste hacérnoslo creer. Las historias siempre continúan, comienzan con la primera página, pero no terminan en la última
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    —Las historias nunca acaban, Meggie —le había advertido—, aunque a los libros les guste hacérnoslo creer. Las historias siempre continúan, comienzan con la primera página, pero no terminan en la última
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