Juan

no había espacio, sino, sobre el delicado murmullo del mar, sólo luz, una luz única, intangible, bajo la que desaparecían los colores y las formas.

arbustos, que no parecían pertenecer ni al agua ni a la tierra y detrás de los cuales no se extendía más que el espacio sin fronteras del cielo.

Entonces sólo podía pensar en su nombre, como si éste no le perteneciera a nadie y al mismo tiempo fuese todo. Katina.

Una sola sílaba y detrás quizás sólo una furia inexplicable

La fuerte brisa que soplaba desde el mar hacia la tierra ceñía el delgado vestido de algodón de ella contra sus piernas y cuando, sin avisarle a él, se sentó de pronto sobre la arena para descalzarse, la falda resbalando sobre sus muslos los dejó descubiertos por completo.

muy cerca uno del otro, mirando hacia el mar

los dos se quedaron uno cerca del otro, balanceados libremente por el mar, unidos y separados por él

para él eso no era posible porque Katina era parte de la luz,

era la luz misma, sin ningún límite, encarnada en su persona más allá de todo espacio

olor del mar llegaba hasta ellos, vivo y penetrante, junto con su sostenido murmullo, que cambiaba de ritmo de acuerdo con el movimiento de las olas.