No es en vano que la Regla benedictina comience en el Prólogo con estas palabras: «Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica. […] Quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las congregaciones».3 Karl Rahner habla del «oyente de la palabra» y muestra de este modo la importancia existencial que la escucha tiene para el ser humano. Podría darse la vuelta al viejo dicho «quien no quiere escuchar, debe sentir»: «quien no quiere escuchar, no sentirá». La escucha de uno mismo y de los otros es esencial para la compenetración con la propia alma y con los otros. Quien no escucha, no siente y está desprovisto de toda apertura a la emocionalidad, lo cual se muestra de modo especial en el caso de una estrecha vida en común.
Precisamente ahora tenemos la oportunidad de volver a ejercitar la escucha de las preocupaciones y de las necesidades, pero por supuesto también de los deseos, de las metas y de los sueños. Preguntémonos ahora dónde nos sentimos en casa, preguntemos a nuestras parejas o a nuestros hijos cuáles son sus sueños. Quizá esto permita que los otros dejen de rumiar