La próxima participante tarda más de lo esperado en entrar. Otros se mueven con decisión hasta situarse frente al palco, saludan y andan con rapidez para sentarse en el espejo, como si quisieran quitárselo de encima cuanto antes.
Ella no. Ella camina como si nunca se hubiera sentido más cómoda en otro lugar. No mira al público, ni siquiera parece prestar atención al espejo. Solo camina como quien pasea por el bosque. Se detiene frente al palco y hace una reverencia apenas sutil, nimia, cuando el maestro de ceremonias la presenta.
—¡La participante número 127 se llama Amaltea! Es curandera, tiene diecinueve años y proviene de Kerandrine.
Me sorprende un poco, pero no me cuesta imaginar la razón de que no sepa hacer una reverencia en condiciones. Puede que nunca en toda su vida haya tenido contacto con alguien tan importante como para tener que hacerla.
Cuando vuelve a alzar la mirada, unos ojos enmarcados por dos líneas de pintura negra, tengo la sensación de que me está mirando a mí, solo a mí.
Se sienta de espaldas a nosotros. La veo apoyar las manos sobre el regazo, alzar el rostro, inspirar…, y comienza el espectáculo.
Sé que el espejo ha empezado porque, de pronto, un espasmo que casi la hace saltar de la silla la recorre; pero se mantiene anclada a su asiento. Al comprobar qué es lo que la ha perturbado así, descubro que el espejo no está mostrando… nada.
Al menos, a ratos.
Un instante aparece una imagen y, al segundo, se desvanece. De nuevo, vuelve a aparecer y se sume otra vez en la oscuridad.
La participante se mantiene recta en su silla, con la cabeza alta, los hombros erguidos y la vista fija en su reflejo.
Además del susto inicial, nada parece capaz de perturbarla y las imágenes que muestra el espejo están… desapareciendo.
Apenas alcanzo, entre aparición y aparición, a distinguir unas colinas verdes, cubiertas de bruma y lluvia. Unas colinas que creo conocer.
—¿Eso no es Mirkaf? —pregunto.
Noto el silencio extraordinario en el que observa el público a esta pretendiente.
Elnath se encoge de hombros y Vanja, contra todo pronóstico, sacude la cabeza.
—No me ha dado tiempo a verlo. ¿El espejo no está funcionando bien? —inquiere, desconcertada.
Vuelvo a mirarla. Le quedan unos segundos, pero no hay nada al otro lado del espejo. Su reflejo no le devuelve más que la imagen real un poco oscurecida por las sombras del otro lado.