Reconocemos, pues, el valor relativo de la ciencia, como exploración de lo que Dios ha creado y como utilización de energías que él ha ordenado, pero como hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, esperamos una voz mucho más elocuente y poderosa; voz que proceda de Dios y que llegue a nuestras almas y espíritus con el poder del Espíritu de Dios.