Al escribir estas líneas han pasado dieciocho años: y sin embargo, en este momento veo nítidamente, como si fuera ayer, los trazos y la expresión del cuadro en que fijé mi última mirada: un retrato de la hermosa… que colgaba sobre la chimenea; los ojos y la boca eran tan bellos, todo el rostro tan radiante de bondad y serenidad divinas, que mil veces dejé de lado la pluma o el libro para pedirle consuelo, como lo pide un devoto a su santo patrón. Todavía lo estaba contemplando cuando las graves campanadas del reloj de Manchester proclamaron que eran las cuatro de la mañana. Fui hasta el retrato, lo besé, y luego salí despacio y cerré la puerta para siempre.