Danielle Lori

«No existe el dinero limpio o el dinero negro. Solo existe el dinero».
LUCKY LUCIANO

Además, odiaba que me dijesen que sonriera, como si mi sonrisa les perteneciese a ellos en lugar de a mí.

En realidad, era una mentirosa. Siempre había sido una romántica. Una romántica tan empedernida que la idea de no dar con mi propia historia de amor me hacía sentir como si una vez más estuviese en aquel parking vacío, sola excepto por la nieve y el silbido helado del viento.

—El amor... —comenzó—. Creo que sientes como que te estás cayendo... y que él es el único que puede salvarte.

Entonces el don sacó una mano del bolsillo, se acarició el labio inferior con el dedo pulgar y sacudió ligeramente la cabeza.

A continuación, bajó la mirada hasta mis labios.

—Chica lista.

Mi hermana pequeña era una de las personas menos sensibles que había conocido en mi vida. De hecho, solía pensar que la idea de una emoción le repelía.

Me había hartado un poco de que me llamaran así, especialmente cuando me di cuenta de que era la niña de sus ojos por las peores razones del mundo: resultaba agradable a la vista, me quedaba calladita cuando debía estarlo y era educada cuando no.

Durante un instante, Nicolas me observó con dureza para dejarme claro que aquello no le había gustado y, tras un segundo de intenso contacto visual, devolvió su atención a mi papà, como si yo solo fuese una hoja arrastrada por el viento.

—Elena, este es Nicolas Russo. Nico, ella es Elena, mi hija mayor.