A un exiliado le parece que el estado de exilio tiene la estructura de un sueño. De repente, igual que en un sueño, aparecen unas caras de las que se había olvidado, que quizá nunca había visto, unos lugares que seguramente ve por primera vez, pero que le parece que le suenan de algo. El sueño es un campo magnético que atrae imágenes del pasado, presente y futuro. Al exiliado se le aparecen de repente, despierto, unas caras, acontecimientos e imágenes atraídos por el campo magnético del sueño; de repente le parece que su biografía ha sido escrita mucho antes de que se cumpla y que, por lo tanto, el exilio no es resultado de las circunstancias externas, ni es elección propia, sino las coordenadas que el destino desde hacía mucho había trazado para él. Atrapado en este dulce y apasionante pensamiento, el exiliado empieza a descifrar las señales confusas, crucecitas y nuditos, y de repente le parece que en todo esto lee una secreta armonía, la lógica redonda de los símbolos.