La guerra contra las mujeres está basada en dos objetivos estratégicos: uno, que todas batallemos contra nosotras mismas; dos, que luchemos también contra las demás. El primer objetivo se logra minando nuestra autoestima para convencernos de que somos imperfectas, feas, viejas, gordas o peludas. El segundo se consigue fomentando la competitividad entre las mujeres, haciéndonos creer que nosotras somos nuestras peores enemigas, que tenemos que competir entre nosotras por la atención de los hombres y que somos malas personas que no sabemos comportarnos cuando estamos juntas.