a necesidad —o tal vez el instinto— de guardar una imagen, comprobar que efectivamente el mundo se cae a pedazos o asegurarme de que no dejé nada importante que debiera rescatar para el futuro estaría por encima de asumir resignadamente cualquier superioridad divina. Y eso sólo comprueba mi falta de fe. Culpo a esa ausencia (la de una fotografía que nunca estuvo) de mi incapacidad de enderezar el camino y ponerme un abrigo rojo tipo Montgomery.