Solo Dios sabe por qué amamos tanto la vida, por qué la experimentamos así, inventándola, construyéndola a nuestro alrededor, destruyéndola, recreándola a cada instante, pero lo cierto era que hasta el ser más miserable, los desgraciados más desesperanzados sentados en los escalones de las puertas (destruidos por el alcohol) hacen lo mismo; nada podía lograr respecto a ellos ninguna decisión del Parlamento, de eso estaba segura, por esa precisa razón: porque amaban la vida.