—¡Ellos no tienen ningún derecho a considerarme inferior ni intelectual ni físicamente!
—Ellos no deberían haberle importado, para empezar. Pero, por invencible que se crea, lo cierto es que ellos ¡sí! eran más fuertes físicamente. Solo hay que verla... —El duque se mesó el cabello y comenzó a negar con la cabeza. A Paige no le gustó un ápice que pareciese decepcionado—. La única verdad es que es usted incapaz de controlar su lengua. Es insolente y terca, demasiado como para darse cuenta de cuándo tiene que abandonar una contienda.
Aquello le dolió de un modo que Paige ni siquiera pudo comprender. Su corazón dejó de latir o quizá le explotó en el pecho, no sabría decirlo, pero algo dolió allí dentro. No iba a mostrarlo, no obstante.
—¡Usted no sabe nada de mí! Lo único que he querido en mi vida es ejercer la medicina honestamente sin que nadie se sienta legitimado para tirarme fruta podrida por el hecho de ser mujer. ¡Y mucho menos a maltratarme! Quiero ser médico, es lo que he querido siempre y tengo derecho a serlo.
—Y lo es, maldita sea —bramó el duque con el ceño fruncido—. ¿No puede dejarlo así? ¿Tiene que obligar a todo el mundo a que comulgue con ello? ¿Tiene que ganarse el respeto a fuerza de meterse en líos?
—Me da igual el respeto de esos críos. ¡Y el suyo! —Después de chillar eso, Paige se dio cuenta de la escena que estaban interpretando. Intentó recomponerse, pero se sintió incapaz de controlar su genio; estaba casi temblando y casi llorando—. Me respeto yo misma, que es algo que muchos no pueden decir. Si la gente como usted me brinda su desprecio por atreverme a tener sueños y luchar por ellos... Que así sea. ¡Me importa un pimiento!