Caballero, si quiere usted hacernos el honor de venir a vernos, tanto a mi marido como yo nos sentiremos halagadísimos. Nuestro salón es el único de Saumur en que hallará usted reunidas a la burguesía acomodada y a la nobleza: pertenecemos a las dos sociedades que no quieren encontrarse más que en casa, porque allí se divierten. Mi marido, se lo digo a usted con orgullo, está tan bien considerado por unos como por otros. Le ayudaremos a soportar el aburrimiento de este destierro. ¡Si se quedase usted en casa del señor Grandet, la haría usted buena! Su tío de usted es un tacaño que sólo piensa en sus majuelos; su tía es una beata incapaz de barajar dos ideas y su primita una niña tonta, sin educación y sin dote, que se pasa la vida remendando trapos de cocina.
“Esta mujer está la mar de bien”, díjose Carlos Grandet, correspondiendo a las monerías de la señora de Grassins,,
––Me parece, esposa mía, que tú quieres acaparar al señor ––dijo riendo el banquero grande y gordo.