Un miedo morboso: que protesta demasiado. Al médico. Voy al psiquiatra esta semana, sólo para conocerlo, para saber que está. E, irónicamente, tengo la sensación de que lo necesito. Necesito un padre. Necesito una madre. Necesito un ser mayor, más sabio, a quien llorarle. Hablo a Dios, pero el cielo está vacío, y Orión pasa de largo, y no habla. Me siento como Lázaro: cuánta fascinación tiene esa historia. Estando muerta, volví a levantarme, e incluso recurro al mero valor sensacional de estar suicida, de quedarme tan cerca, de salir de la tumba con las cicatrices y la marca dañina en la mejilla que (es imaginario) se hace más prominente: palideciendo como un punto muerto en la piel roja, curtida por el viento, poniéndose marrón oscuramente en las fotos, contra mi sepulcral palidez invernal. Y me identifico demasiado con lo que leo, con lo que escribo.