Gonzalo Baz

prefiero escribir sobre esos recuerdos que vuelven con violencia a cada rato, que irrumpen cuando no los estoy buscando, suenan como una explosión lejana que me paraliza mientras su onda expansiva se acerca hacia mí y, de un momento a otro, quedo aturdido por un montón de imágenes a las que nunca pude poner orden

Hay recuerdos que me habitan y me obligan, hasta el día de hoy, a buscar en mis bolsillos cosas para descartar por la calle cuando veo un patrullero acercándose.

perdidos en ideas apocalípticas, en presagios borrosos.

as torres están muy pegadas las unas a las otras, dejan pequeños y extraños espacios, donde muchas veces hay un árbol o una parcela de pasto minado por mierda de perro.

Las torres están muy pegadas las unas a las otras, dejan pequeños y extraños espacios, donde muchas veces hay un árbol o una parcela de pasto minado por mierda de perro.

Entonces emerge, como un monstruo japonés, el trozo de vidrio en la mano del Vasco, entrando en loop en el abdomen del vecino del 702, y las gotitas de sangre que caen por la grieta del ascensor y salpican varios pisos más abajo.

Mis primos y yo mirando la graciosa situación de mi padre intentando ponerle el billete en el bolsillo de la camisa y mi tío, que tiene las manos ocupadas, retorciéndose para que el billete no pueda entrar y en ese vaivén llega el ascensor y en un intento final de mi padre se le cae el billete y se va por la grieta.

qué triste irme justo ahora que sus ramas daban un poco de sombra a nuestro balcón.

Sami utiliza la punta de una lapicera para no tener que tocar el tablero inmundo de la torre E.

Algo que le avisaba en el cuerpo, en los colores, como un aura epiléptica, que ese momento solo estaba sucediendo para ella y nadie más