Kimota Brandomín Nogueiracompartió una citael año pasado
Cuando estalla una guerra dentro de la mafia, no pasa un día en que no se encuentre un par de cadáveres. En Argentina se apuñalan sólo por una cosa: por celos. Los hispanos tienen la sangre caliente.
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El mundo estaba lleno de mujeres jóvenes y, sin embargo, allí estaba él, camino de encontrarse con una monstruosidad, vieja como Matusalén y encima picada de viruelas como un rayador.
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—¿Es judío?
—¡Qué más da! Nació judío, pero su padre lo convirtió al cristianismo. El padre había sido en su día estudiante en un seminario rabínico. Casi todos los estudiantes de aquel seminario se convirtieron. ¿No es gracioso?
—A mis ojos, ya nada es gracioso.
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—¿Tú te casarías conmigo? ¿Después de todo lo que sabes?
—Sí, Máxele.
—¿Es porque tengo garra?
—Un millón de garras. Pero si no tomas las riendas de ti mismo y te abandonas cada vez más, serás un hombre perdido. Recuerda mis palabras.
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Había perdido todo: a Solche, a sus padres, a Tsírele, a sus hermanos menores, la ciudad de Varsovia. Nada le había quedado, salvo esa extraña y singular mujer.
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La ciudad no era consciente de quién se marchaba de ella ni quién llegaba. Varsovia no se despedía de nadie ni tampoco a nadie daba la bienvenida.
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expresión desprendía cierta ternura, la clase de bondad del cuerpo que ya no desea nada, al que nada puede afectar ya.
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Los escasos dólares, suyos y de Keyle, se agotaron y llegó el día en que no les quedaba nada con lo que poder comprar comida para el desayuno. El hambre no les dejaba dormir. Esa noche Bunem y Keyle no conversaron sobre el amor, sino sobre el suicidio.
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—Si no has robado antes, no empieces ahora. Tal vez Dios nos ayude.
—Una vez dijiste que no hay Dios.
—Lo hay, lo hay. Tal vez no sea tan bueno como la gente cree, pero existe.
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¡Cielos, la vida lo había llevado por tales vericuetos que ya no podía contar a nadie la verdad!
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