En siete días construyó todo el universo. Siete días le tomó también destruirlo. Luego reconstruirlo, con sus detalles idénticos, en el mismo tiempo; después, volverlo a desintegrar. Y así hasta dar con lo que hoy existe. Desafortunadamente, en cualquier instante su humor será otro, el de un artista que reconoce con disgusto su obra terminada. Se reprochará, una vez más, lo imperfecta, lo inútil que es. Acabará por arrasar, como es su costumbre, con la incipiente presencia de quienes habitan en ella. Hará uso de la fuerza: tiene los días contados. Al término, se deslumbrará de lo espaciosa que es el área de trabajo. Entonces comenzará otra vez, desde cero, a edificar un nuevo universo. Ebrio de júbilo dejará salir una sonrisa mordaz, casi perversa, al escuchar el crujiente sonido del primer golpe con el cincel.