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Traías contigo esas cosas que yo necesitaba: horas de plática, besos profundos y un futuro que, con solo diecinueve años, nos tomábamos muy en serio.

Yo soy de las miedosas que a veces son valientes, que a la mera hora no sabe cómo ni dónde, que se limita a abrazar, cuando en realidad quiere entregar el mundo

Yo sabía que cuando algunas personas se van, pueden llevarse un pedazo tuyo con ellas, pero no tenía idea de que también se podían robar las palabras.

Quería una ventana y una vida a tu lado. Y la tuvimos.

Desde pequeñas nos cuentan que estamos solas en este mundo, que no debemos depender de nadie. Después nos convencen de que somos mitades que deben encontrar a la otra parte, la que nos completa. Más adelante, que nosotras mismas somos el amor de nuestras vidas. Tantas opiniones e ideas solo se convierten en ruido blanco. Hay días en los que soy el amor de mi vida, otros ni siquiera me soporto. A veces existo y me siento ligera, otras quisiera que alguien cargara un poco del peso que llevo en la mochila. Y sí, eso está bien, he aprendido a aceptar que soy muchas versiones de mí.

A veces se volvía difícil respirar. Era como si el oxígeno faltara, como sumergirse en el mar y que una ola te sorprendiera cuando salías y no te dejara volver a tomar aire. Angustia. Los párpados pesados, la falta absoluta de motivación y, de pronto, el sueño; dormir era mi parte favorita, escapar lo más rápido posible. Dormir donde fuera, como pudiera. Apagarme por completo. Y, entonces, cuando despertaba, ya todo parecía más sencillo. El control+alt+supr de la vida, el force quit. Cuando ya no había esperanza, allí estaba el sueño.

Se puede ser feliz y estar triste al mismo tiempo. Antes pensaba que era uno o lo otro. Eso me había enseñado la vida.

He llegado a la conclusión de que una de las formas de amor más puro es cocinarle a alguien cuando tiene el corazón hecho pedazos. Quién iba a decir que una tortilla doblada a la mitad podría sanar tanto.

Hay una mentira que circula en la tiranía del amor propio: “tienes que quererte a ti misma para que alguien pueda amarte de verdad”. Ella aprendió que sí existen personas que la van a querer con todo y todo, con la oscuridad, pero también en los días más luminosos: sus amigas

—Hasta que el lobo la mató.
—¿Cómo?
—El lupus.
—Ah, ese lobo. Era otra época, otra vida, otro cuerpo, uno muy diferente al tuyo.
—La enfermedad es la misma.
—Puede que compartan una enfermedad, pero tú no eres tu abuela. No hay dos personas iguales, Nina.