Jane Smiley

con esa vidilla que te da tener a alguien agradable en casa todos los días

Teníamos veintisiete años y estábamos obnubilados por la inmensidad del mundo que habíamos creado

ra su forma de encandilarlos. A mí me había encandilado de la misma manera. La verdad es que era difícil apartar la mirada de su rostro, tanto si eras su hijo como su esposa.

Me gustaría decirle a Joe lo peculiar y asfixiante que llegaba a ser esa sensación, que te

atendiesen con tanto fervor, que absorbiesen hasta el comentario más trivial y lo transformasen en una teoría, que te conviertan en algo infaliblemente revelador, en ti misma y en un modelo ampliado de ti misma, en la Mujer Visible

Les he dado a mis hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de una felicidad familiar perfecta y la absoluta certeza de que tarde o temprano se acaba.

El dinero es justamente en lo que no nos centramos Liz y yo, por eso ganamos tan poco.

Yo prefiero hablar de comida, o de nadar, o de cazar pavos, o de ebanistería.

El placer que encuentro en esto es un placer privado, no uno que Liz quisiera compartir, pero tampoco uno al que yo esté dispuesto a renunciar.

No sentí que mi vida tuviese ninguna integridad hasta que llegué aquí.
–Eso es precioso…