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Anna Maria Mox

    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    De los libros se puede afirmar lo mismo que de todos aquellos objetos cuya cantidad sobrepasa la medida de lo soportable: ya sean los coches en la calle, los vestidos en el ropero o las estrellas en el cielo. Estos amigos, que hemos acariciado alegremente con la mirada, se transforman en enemigos que intentan enterrarnos bajo su peso.
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    En el invierno de 1996, el escritor y editor Michael Krüger distribuyó entre un total de cuarenta y seis escritores de diferentes países del ámbito occidental un número igual de dibujos del gran ilustrador Quint Buchholz. Los dibujos tenían un tema común: el libro. Los autores devolvieron a Krüger cuarenta y seis textos referidos a las ilustraciones que les habían correspondido.
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Independientemente de los autores, Quint había dibujado la peripecia del libro, que va por el mundo recogiendo historias, o repartiéndolas, o haciéndolas enmudecer.
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a la población en los principales periódicos del país: «Aviso importante a todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!».
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Sus libros, los libros de su infancia. El vacío se llenó de significado. La guía ilustrada de la mitología griega; la Biblia para niños; La isla del tesoro; los Cuentos de Shakespeare de Charles y Mary Lamb, con la imagen de Ariel en la cubierta dorada; el Manual de famosos coches de carreras. Se esforzó en cerrar la puerta. Quería desesperadamente olvidar el modo de recordar. No podía. Las voces de los libros perdidos le hacían daño. Y con ellas la de un hombre cansado, que le leía antes de dormir, en un lugar demasiado seguro para haber existido jamás
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    El techo de la habitación se rompe, la cama empieza a subir, hay luz de luna, y las palabras del libro son la hélice que impulsa el sueño
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    «¡Qué alto! ¡Qué gusto! ¿Por qué no seguimos a ese pájaro? ¿No tendrás miedo, verdad, papá? ¿No tendrás sueño? Sigue leyendo, por favor, hasta que me duerma». Pero la niña ya hace rato que ha cerrado los ojos. Y no lo sabe.
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    A nosotros, que siempre volamos en la luz, a la velocidad del espíritu, ¿quién nos librará de la maldición del sentido?
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Bajo este cielo desleído, en medio de tanto esplendor aplazado, la lectura ofrece cobijo
    Yatzel Roldáncompartió una citael año pasado
    Fue entonces cuando ocurrió algo pasmoso: el libro empezó a moverse, a abrir sus páginas por sí mismo, y una lengua rosa, húmeda y reluciente, la lengua de un ser vivo y parlante, empezó a emerger del interior del volumen. El profesor quedó estupefacto. No daba crédito a lo que veían sus ojos. Miraba atónito cómo el órgano se alargaba hasta alcanzar su longitud total y luego volvía sorprendentemente a enrollarse, como si le hiciera señas. «Ven aquí —parecía decir—. Ven a mí». El profesor se aproximó como hipnotizado, cruzó la habitación y se detuvo cara a cara (para ser más precisos, cara a lengua) ante aquel fenómeno orgánico situado encima del archivador. ¿Qué podía hacer ahora? Sacó su propia lengua, un objeto descolorido, amarillento y blanduzco, abierta como una salchicha, y acarició amablemente con su punta la lengua del libro.

    Esto es lo último que se supo de él.
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