De hecho, un niño pobre, indistinto, sin cualidad, sexo, rol e historia —y, de esta manera, asumido como paradigma— no se puede defender. Está donde quieres, lo describes como te parece, soporta cualquier teoría o aplicación pedagógica, se declara compatible con los maestros pobremente formados, pobremente pagados, con pobre prestigio, y con instituciones confiadas —y no por selección natural— sólo a educadoras, del sexo femenino.