—Tú también crees que estamos hechos el uno para el otro, ¿verdad? —me preguntó.
Abrí la puerta de la nevera y me escondí detrás de ella despacio, muy despacio, mientras dejaba la crema de leche en el estante superior.
—¿Jane? —insistió.
—Sí, lo creo.
Esa fue la primera mentira que le dije a Marnie.
Ahora me pregunto, casi a diario, si no hubiera dicho esa primera mentira, ¿habría habido más? Me gusta pensar que la primera fue la menos significativa de todas. Pero eso, irónicamente, es mentira. Si ese viernes por la noche hubiera sido sincera, todo podría haber sido diferente, habría sido diferente.
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