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Shayla Black

  • Brittany Funescompartió una citael año pasado
    Jessa se echó para atrás, los brazos de Burke una jaula de amor a su alrededor.

    —Dale lo que quiere, cariño. Dios, voy a morir si no puedo follarte pronto. Te deseo muchísimo.

    También ella iba a morir pronto.

    —Por favor, Cole. Por favor, deja que me corra. —No podría aguantar ni un segundo más.

    —Tu deseo, cariño—masculló Cole antes de chupar el clítoris en su boca.

    Ella se precipitó por el abismo, jadeando cuando el orgasmo se apoderó de ella. Cada meneo de su cuerpo tironeaba de las abrazaderas que mordían sus pezones y el clítoris y enviaban réplicas a través de ella.

    Burke la abrazaba, su cuerpo junto al suyo. Ella podía sentir todo el largo de su erección contra las caderas. Él se movió nerviosamente en su contra, susurrándole al oído.

    —Esto es tan hermoso. ¿Sabes cuánto tiempo he esperado para verlo?

    Sí, lo sabía. Ellos habían esperado tanto tiempo como ella. Un año. Casi un inconmovible año de anhelo, soledad y rabia y ahora todo lo que ella tenía que hacer era entregarse y podría fingir durante un poco tiempo que todo iba a estar bien.
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    Sus pezones se tensaron. Ellos habían pasado de padres amorosos a amantes dominantes en un santiamén. Ambos hombres la miraron, antes de mirarse entre ellos, conversando silenciosamente entre sí.

    —Me pongo muy nerviosa cuando hacéis eso de la silenciosa fusión mental de gemelos. ¿Qué acabáis de decidir?

    Los labios de Burke se curvaron en una sexy sonrisa mientras se sacaba a tirones su camisa y mostraba su magnífico pecho.

    —Cómo vamos a hacerte el amor.

    —¿Yo no debería tener algo que decir en eso? —Ella les sonrió de manera insolente.

    —Jamás—contestó Cole—. Nosotros somos los Amos en el dormitorio. Eres la reina fuera de éste, pero aquí nosotros queremos a nuestra preciosa sumisa que nos toma de todas las maneras que deseamos.

    Cole se sacó los vaqueros, su polla apareció de repente, suplicando atención. A su lado, Burke estaba desnudo también, su cuerpo listo para lo que fuera que hubieran acordado en silencio.

    Ella clavó la mirada por un momento en sus hombres, amando los tatuajes idénticos en sus bíceps, y el modo en que sus movimientos se reflejaban mutuamente. Adoraba todo lo relacionado con ellos, incluyendo la forma en que la dominaban en el dormitorio. Ella se bajó los tirantes de su camisón por los hombros, y éste cayó en un charco a sus pies. Jessa dio un paso fuera y se arrodilló delante de ellos, separando las rodillas y enderezando la espalda. Se estaba ofreciendo a ellos… su coño, sus pechos, su corazón y su alma.

    —Preciosa—dijo Cole, colocando una mano sobre su cabeza—. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

    Con ellos, ella se sentía hermosa. Ninguna cantidad de maquillaje o ropa de diseñador podría reproducir la manera en que se sentía cuando sus hombres le decían que era preciosa.

    —Jessa Ward, nos vamos a casar en tres días—anunció Burke, tomando su mano y levantándola. Él la atrajo a sus brazos, acunándola, luego bajó la mirada y sus ojos brillaban—. Ese es el tiempo que se necesita para conseguir una licencia y completar el papeleo. Nada de esa mierda de “convivencia”. Tenemos un hijo. Debemos ser respetables.

    Ella sonrió mientras él subía a la cama y la colocaba en el centro.

    —Seremos tan respetables como una mujer y dos hombres pueden serlo.
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    Había pasado mucho tiempo desde que cualquiera de los dos hubiera puesto sus ojos sobre esa encantadora muchacha. Burke todavía recordaba la última vez que la había visto, desnuda en la cama de un hotel, las sábanas arrugadas en torno a ella. Su cabello rojizo había sido un contraste sensual con la blancura de la almohada. Se veía como un ángel.

    Cuando cerraba los ojos, todavía podía recordar el aroma de esa habitación. Jessa siempre olía a limón, dulce y penetrante. Y esa noche había olido a sexo, como él y su hermano porque ellos habían pasado toda la noche dentro de ella. En su coño, su boca, su culo. La habían tomado una y otra vez, como si pudieran dejar sus huellas en ella.

    Ella había sido la cosa más maravillosa que él jamás hubiera visto, que nunca hubiera tocado.
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    Jessa siempre olía a limón, dulce y penetrante. Y esa noche había olido a sexo, como él y su hermano porque ellos habían pasado toda la noche dentro de ella. En su coño, su boca, su culo. La habían tomado una y otra vez, como si pudieran dejar sus huellas en ella.
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    ¿Jessa había traído a su hogar a un hombre que la lastimaba, que la asustaba tanto que acudía a dos hombres a los que había dejado tan abruptamente después de unos pocos días de paraíso?
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    —Estoy preparada. Podemos irnos. —Se dirigió hacia la puerta—. Tan pronto como Cole coja a Angus. Deberías advertirle. Angus se pone nervioso con la gente extraña. Araña. Ah y vomita. De verdad que es un gato terrible.

    ¿Gato? Angus no era su marido, sino un gato. Y Caleb era…Incluso en la oscuridad, podía decir que el bebé era pequeño y de muy pocos meses. Llegó a una impresionante y asombrosa conclusión.

    Caleb era hijo de ellos.
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    Él estaba de pie frente a la barra, un metro noventa y cinco de puro sexo. Pelo oscuro, vibrantes ojos azules y hombros que parecían no terminar nunca.

    —¿Señorita? —Él estaba allí con una sonrisa cómplice en su sensual boca.

    Jessa se obligó a volver a la realidad con un suspiro para sus adentros. Él sabía lo ridículamente caliente que era. Y ella sabía que era una camarera que necesitaba perder un par de kilos. Las advertencias de su madre volvieron a perseguirla. Nunca conseguiría un hombre con su talla 46. Su madre, la bulímica. Ella opinaba que vomitar era una manera socialmente educada para permanecer delgada. ¿Por qué había querido regresar a casa para las vacaciones?
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    —Aquí no hay whisky puro de malta. Puede hacer su elección entre caro o incluso más caro.

    —Oh, una sarcástica. Cole, acertamos el premio gordo.

    ¿Había dos de ellos? Un segundo hombre malditamente caliente, idéntico al primero, se acercó a la barra. Este se quitó el abrigo. Le costó a Jessa toda su fuerza de voluntad no abanicarse a pesar del frío.

    Unos fríos ojos azules la evaluaron. Ella le devolvió la mirada. Los dos hermanos no eran totalmente idénticos ahora que los observaba realmente. Había algo más reservado en este gemelo. El primero tenía un desenfado sensual. No encontraba ninguna cosa suave en Cole. Era puro depredador.

    ¿Entonces por qué no quería salir corriendo? ¿Por qué se preguntaba cómo sería ser atrapada por él?

    —Insolente, ¿eh? Bueno, sé cómo solucionarlo. —Su sonrisa era perspicaz, peligrosa
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    Jessa se apartó de los macizos. No eran para ella. Tenía un trabajo y una vida.
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    Gruñó, el aire escapó de sus pulmones cuando aterrizó no sobre la baldosa dura, sino en dos fuertes brazos. Miró a los ojos de Cole, su corazón latía aceleradamente. Él era el hombre más guapo que jamás había visto, incluso de cerca. El único que le igualaba era su gemelo, que permanecía de pie detrás de él con una leve sonrisa en su maravillosa cara.

    —¿Cómo te llamas, nena?

    —Jessa. —Respiró hondo. La forma en que la había llamado nena la hizo estremecer.

    —Bien, Jessa. Deberías ser más cuidadosa—dijo Cole.

    Sip, definitivamente debería ser más cuidadosa porque ahora mismo, sentía que estaba en grandes problemas.
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