El poder y la riqueza contagian al empresario de una peligrosa enfermedad: comienza a considerarse perfecto. Entonces, su exaltada cabeza no sueña sino en perfecciones y adorna con ella a sus personas predilectas. Pero estos adornos son como un vestido elegante y bonito entallado en un mal modelo. Una vez ataviado, pasa a considerarlo como un juguete de su propia obra con el que se enfada si este no se somete para admirarle.