Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
No obstante, si no hubiera sido un colegio de esta clase, seguramente no se habría quedado con Chips. Porque, en el sentido social y en el académico, Chips era tan respetable, aunque no más brillante, que el propio Brookfield
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En la balda más baja guardaba un montón de ediciones baratas de novelas detectivescas. A Chips le gustaban
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A los cuarenta había echado raíces, se había asentado y estaba bastante satisfecho. A los cincuenta era el decano del claustro. A los sesenta, bajo el mandato de un nuevo y juvenil director, él era Brookfield:
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la primavera de 1896. Tenía cuarenta y ocho años, una edad en la que empieza a ser difícil cambiar de costumbres
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Hasta que ahorró el dinero suficiente para comprarse la casa, la señora Wickett se había encargado de la ropa blanca del colegio
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Chips no era soltero, no, ni mucho menos. Se había casado, pero hacía tanto tiempo que ningún colega de Brookfield se acordaba de su mujer
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Porque, según diría él, no le interesaban las mujeres; nunca había estado a gusto con ellas; y esa criatura monstruosa de la que empezaba a hablarse, la «nueva mujer» de los noventa, lo horrorizaba
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Era institutriz, aunque en esos momentos no tenía trabajo, pero sí algunos ahorros; leía y admiraba a Ibsen; creía que las mujeres tenían derecho a ir a la universidad; creía incluso que tenían derecho a votar. En política, era radical, se inclinaba hacia los puntos de vista de gente como Bernard Shaw y William Morris.
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Nunca había conocido a nadie como ella. Siempre había creído que el nuevo tipo, ese asunto de la «nueva mujer», le repelería. Y lo que son las cosas: ahí estaba él deseando verla llegar en su bicicleta por el camino del lago. Tampoco ella había conocido a nadie como él
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Se llamaba Katherine Bridges; tenía veinticinco años: podía ser hija de Chips. Tenía los ojos azules, llamativos, y las mejillas pecosas
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